lunes, 16 de agosto de 2010

REVISTA FERIA 2010: SIYASA, UNA HISTORIA INACABADA

SIYASA, UNA HISTORIA INACABADA – EL VIAJE

En el año 2007, la revista que se editó para las fiestas en honor a San Bartolomé, incluía un pequeño cuento histórico sobre lo que pudo acontecer en Medina Siyasa allá por el año 1.268, época convulsa para los habitantes de tan entrañable lugar y que por los siguientes movimientos políticos, culturales y religiosos daría lugar a lo que hoy es Cieza tal y como la conocemos.

El relato comenzó con la escapada por la noche de la medina de cuatro chiquillos, Kárm que tenía 16 años, su hermano Zálim de 10 años y sus amigos al-Yunani también con 16 años y Fátima de 11 años de edad. Ellos sabían que dentro de poco tiempo los echarían de sus moradas, en ellas vivían con sus padres y había sido la vivienda de sus antepasados durante varias generaciones.

. . . . . Kárm al abrir los ojos descubrió que algo tenía en su mano, abriéndola poco a poco comprobó que era un trozo de cuerda, la misma a la que se aferraba en la embarcación que les hizo entrar en la boca oscura y oculta entre los arbustos. Al ver a su hermano entre la oscuridad creía que de nuevo estaba en su habitación en la medina, pero nada más lejos de la realidad. Todavía no había salido el sol y su hermano Zálim y sus amigos al-Yunani y Fátima estaban dormidos bajo un árbol situado junto al río, de la embarcación tan solo quedaban unas tablas rotas que posaban junto a ellos, los fuertes rápidos los habían desplazado hasta la orilla donde quedaron exhaustos, destrozándose en el golpe la pequeña embarcación con la que pensaban llegar a la gran ciudad con el fin de poder hablar con el hombre que había prometido tierras a los cristianos y evitar que sus familias se vieran obligados a abandonar tan bello lugar y tener que emigrar a inciertos destinos.

Los primeros rayos del sol golpeaban las pequeñas caras de los cuatro aventureros, cuando Kárm que se había quedado de nuevo dormida abriendo los ojos y mirando a su alrededor fue la primera en darse cuenta de que estaban perdidos, sacando el valor que la caracterizaba comenzó a chistear, -chiiii, chiiii, chiiii-, -despertad, despertad, que está amaneciendo-, todos comenzaron a abrir los ojos quejándose de los golpes que habían recibido en sus pequeños cuerpos al ser lanzados por la balsa hasta la orilla del río, Zálim preguntaba -¿dónde estamos?- -¿qué ha pasado?-, los demás miraban a Kárm esperando una respuesta, ella, tras mirarlos a todos a los ojos y tomando aire les dijo, -los rápidos del río han empujado la balsa hasta la orilla y nos ha lanzado contra los arbustos, por el cansancio y los golpes nos hemos quedado dormidos y ahora estamos en el camino hacia la gran ciudad donde encontraremos al hombre al que tenemos que convencer para que nos deje seguir viviendo en nuestras casas,- en ese momento la pequeña Fátima mirando a su hermano Yunani le dijo, -tengo hambre ¿qué vamos a comer?-. Rápidamente y sin dejar que ningún otro miembro de la pequeña expedición replicara le contestó, -¿veis ese huerto?, nos servirá para saciarnos, aprovisionarnos y poder seguir el camino-. Cerca entre una pequeña neblina matutina, se podían ver unos árboles frutales, los cuatro caminado uno tras otro y siempre precedidos por Kárm se fueron acercando, era muy temprano y el relente de la mañana se sentía en la piel, conforme avanzaban iban notando como las manzanas, albaricoques y nísperos les abría más el apetito, al llegar al huerto Kárm cogiendo un fruto les indicó que siguieran su ejemplo y fueran cogiendo lo que necesitaran hasta saciar el hambre feroz que tenían. Terminaron los cuatro sentados en un pequeño ribazo comiendo toda la fruta que les cabía en sus estómagos, con el hambre saciada Kárm les dijo, -ahora coged la fruta que podáis llevar en vuestros bolsillos, tenemos que proveernos de alimentos para seguir la marcha-. Comenzaron a caminar por un pequeño sendero que bordeaba el río, caminaban aguas a bajo y el río discurría por el lado izquierdo de los aventureros, cuando tenían sed se acercaban a la orilla y bebían las limpias aguas del río Wadi al-Abyad o río Blanco como ellos lo llamaban. La senda se iba abriendo dando lugar a un camino polvoriento que cercado por la montaña y el río discurría por ese hermoso valle. De pronto, oyeron, -arre, arre-, se repetía una u otra vez, los chiquillos se quedaron parados sin saber qué hacer, por una camino lateral vieron una intensa polvareda, como si fuera una figura fantasmagórica y envuelto en el mismo polvo que levantaba, aparecía la figura de un carro tirado por dos caballos, pronto estuvo al lado de ellos y el carretero gritó –sooooo-. El carruaje se paró justo al lado de los cuatro levantando todavía más polvo, casi sin poder abrir los ojos y mirando hacia arriba, vieron a un hombre barbudo que con voz grave les decía, -hola chicos, ¿qué hacéis por estos caminos?-, se quedaron inmóviles, rápidamente todos miraron a Kárm, que al percatarse que era objeto de las miradas de sus compañeros y sin dudar un momento le replicó, -vamos camino de la gran ciudad-, el hombre con gesto de incredulidad les respondió, -pero la gran ciudad queda por lo menos a seis leguas ¿pensáis ir andando?-, Kárm mirándolo a la cara le respondió, -sí tenemos algo muy importante que hacer en ella y nos da igual el tiempo que tardemos-, el carretero bajando el tono de voz les dijo, -estos caminos no son seguros os podéis encontrar con gentes que os pueden hacer daño, yo me dirijo a un pueblo cercano a Molina de la Calzada, desde allí solo quedan unas dos leguas para la gran ciudad-, se miraron los cuatro y al-Yunani asintió con la cabeza, el cansancio hacía mella y veían una oportunidad para poder hacer realidad la misión que se habían encomendado. De un salto, los cuatro subieron a lo alto de un montón de trigo que llevaba el carro, cogiéndose a los barrotes de madera pudieron evitar caer al suelo tras la arrancada del artefacto, -arre, arre-, se oía salir de la boca del hombre que dirigía el carruaje mientras los caballos comenzaban a galopar.

Recorrían un valle lleno de palmeras atravesado por un río, cada vez se iba estrechando más y más, Fátima con voz insegura le preguntaba a los mayores, -¿cómo sabremos donde encontrar al hombre de la gran ciudad?-, Zálim por su parte, preocupado decía -¿qué le vamos a decir cuando lo veamos?-, al-Yunani que creía ciegamente en su amiga Kárm los calmaba, -no os preocupéis, todo saldrá bien, tenemos una misión que cumplir y lo haremos-.

Cuando a lo lejos se apreciaba la ciudad a la que se dirigían, de pronto el carro dio un fuerte golpe con la rueda izquierda y todos saltaron por los aires, -aaaaa….-, gritaban mientras caían sobre unos montones de tierra que lindaban con el camino, el carretero en el suelo maldecía y les decía -corred, corred-, -son asaltantes de caminos que han colocado una trampa para robar mi trigo-, los chiquillos vieron a cuatro hombres que se acercaban corriendo hacia ellos, dos se fueron directamente a por el pobre carretero y los otros dos intentaban hacerse con los pequeños. El carretero aunque margullado, era un hombre corpulento y cogiendo un palo de los que se habían desprendido del carro, propinó un buen golpe en el vientre a uno de los asaltantes, mientras tanto Zálim había sido agarrado por el hombro por uno de los bandidos. Kárm sin pensarlo dos veces se tiró a por la mano del hombre que tenía agarrado a su hermano y de un fuerte bocado hizo que lo soltara de inmediato, Fátima y al-Yunani cogieron unas piedras y comenzaron a tirárselas al otro asaltante que veía como peligraba su cabeza. El carretero por su parte daba buena cuenta de los dos que intentaban cogerlo, ante tal resistencia y viendo que no solo eran un carretero y cuatro pequeños, sino que aquello parecía un auténtico batallón, optaron por retirarse ayudando al que había quedado tendido por haber recibido un fuerte golpe en el vientre.

Todos se acercaron al carro que estaba volcado y con el trigo por los suelos, los caballos se mantenían de pié, pero una rueda se había roto, por lo que no podía seguir rodando. El carretero les dijo, -os habéis portado como unos auténticos valientes, yo solo no hubiera podido con los cuatro, siento no poder llevaros a vuestro destino, pero en agradecimiento os daré unas monedas que seguro os harán falta y, a propósito ¿a qué vais a la gran ciudad?- rápidamente Kárm contestó, -tenemos que hablar con un hombre que nos han dicho que es quién reparte las tierras de nuestra medina, nuestros padres no saben nada, pero no queremos que nos echen de nuestras casas-. -¿Os habéis escapado?- preguntó el hombre, tras titubear Kárm le contestó, -bueno nos hemos ido de casa sin que lo sepan nuestro padres, ellos no nos dejarían y queremos ayudarlos a conservar las casas y las tierras-, -no sé si sois unos valientes o unos irresponsables- respondió el carretero, -ya habéis podido comprobar algunos de los peligros que acechan por estos caminos-, seguía diciendo el barbudo, -bueno de todas formas si habéis podido llegar hasta aquí creo que podréis llegar a la gran ciudad, pero tenéis que estar muy despiertos, los peligros no solo acechan en los caminos, también en la gran ciudad existen muchos riesgos para unos zagales como vosotros, pero…., haremos lo siguiente, os ayudaré a cambio de que vosotros me ayudéis-, Kárm sorprendida le preguntó, -¿ayudaros?, ¿en qué le podemos ayudar?-, el barbudo les contestó, -cuando lleguéis a la gran ciudad preguntad por Aluátec Abenhud, le decís que os envía Alí el barbudo y le entregáis un mensaje que os voy a dar-, los cuatro miraban fijamente como Alí, sacaba de su zurrón un pequeño pergamino que estaba enrollado y fijado mediante lacre, tras quedar un poco pensativo le preguntó a la mayor, -¿cómo te llamas?-, -me llamo Kárm señor-, -escucha con atención-, le respondió Alí extendiendo la mano con el pergamino sujeto, -esto que te doy es de vital importancia, se lo tienes que entregar a Aluátec en mano, el manda en la gran ciudad de Musiya y os llevará hasta el hombre que reparte las tierras, tenéis que recordar una contraseña que os voy a dar y que solo la usaréis si os cogen los hombre armados de la ciudad, recordad “bukra Samak”-, los cuatro, un poco perplejos aceptaron el encargo y partieron por un camino que previamente les había marcado Alí. Tan solo les separaban dos leguas del final de su destino, o eso creían ellos.

Anduvieron durante algo más de una hora por el camino marcado, el pergamino lo llevaba Kárm dentro de un bolsillo que tenía en su larga falda, de vez en cuando repetían la contraseña para no olvidarla ”bukra Samak” “bukra Samak”. . ., parecía que todo era apacible y que por fin estaban a punto de llegar a su destino. Cuando en medio del camino, vieron un carro parado con varios hombres a su alrededor, conforme se iban acercando se daban cuenta de que se trataba de soldados que hacían guardia. Ellos seguían avanzando pensando que pasarían sin problemas, de repente un soldado delgado y alto, con una espada en una mano y un escudo con el símbolo de la media luna en la otra se puso delante de los chiquillos y les gritó ¡ALTO!, -¿donde vais? Mocosos-, los cuatro se miraban muy asustados, en ese momento Kárm con voz firme le dijo, -nos dirigimos a la gran ciudad para hablar con la persona que promete tierras a los cristianos-, al oírlos el soldado que hacía de jefe también se dirigió hacia ellos y les preguntó, -¿cómo dices? ¿qué vais a ver al hombre que promete tierras a los cristianos?, como os atrevéis a hablar de cristianos, nosotros somos musulmanes, registrarlos- increpó el jefe a los soldados, en ese momento al-Yunani gritó -“bukra Samak”-, los soldados quedaron perplejos y cogiéndolos de uno en uno los metieron a los cuatro en un carro. “Clas” oyeron al cerrarse la puerta, el carro era de madera por los cuatro costados y tan solo tenía una pequeña ventana en la parte trasera por la que no cabía más que una mano, por lo que la oscuridad era casi total. Los dos pequeños comenzaron a llorar, Kárm y al-Yunani los abrazaron y animándolos les decían -no tengáis miedo, seguro que con la contraseña nos llevan a ver al jefe de la ciudad-, mientras el carro comenzaba a moverse renqueante oyéndose el golpear de los cascos de los caballos que rodeaban el carruaje, tras unos cuantos minutos interminables la comitiva se paró, en ese momento se abrió la puerta trasera, entró un rayo cegador que hizo que los niños no pudieran ver nada hasta que de repente la sombra de una persona tapó la luz del sol. Los ojos de los pequeños se habrían de par en par Kárm y al-Yunani no daban crédito a lo que veían . . . . . . . . . .


Rafael Talón Martínez. – 2.010


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